Atrapados en la luna by Capitán Nemo

Atrapados en la luna by Capitán Nemo

autor:Capitán Nemo [Capitán Nemo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 8

VIVIR PARA TRABAJAR.

POR UN BESO

Tres semanas no era mucho tiempo para terminar el cohete. Tuvieron que planificar concienzudamente el trabajo. El suyo, el de los ancianos y el de dos mecánicos del Nautilus que el capitán Nemo puso a su disposición desde aquella misma tarde. En realidad, la planificación resultó bastante sencilla: ellos trabajarían todo lo que pudieran y todos los días salvo los domingos, en que harían los deberes atrasados y adelantarían los de la semana siguiente si ya los tenían, estarían con sus familias como los niños buenos («¿Es que somos malos?», preguntó Marie) y, sobre todo, descansarían porque estarían molidos. No abusarían de la generosidad de los ancianos; cuando ellos llegaran del colegio les dirían que volvieran al asilo. Los viejos obreros y artesanos se esforzaban tanto que temían que alguno cayera enfermo. Para los mecánicos del Nautilus no establecerían horarios; aquellos hombres de ropa ajustada de un extraño tejido les imponían demasiado como para atreverse a darles órdenes. ¿En qué lengua, además? No sabían si hablaban francés. No hablaban nunca. Pero su trabajo siempre era preciso, oportuno, rápido.

Se acabaron las reuniones en la trastienda. Nada más salir del colegio, iban corriendo al almacén del puerto a trabajar, trabajar y trabajar. Manejaron herramientas que no sabían siquiera que existían; dieron forma a los metales fundiéndolos, golpeándolos, combándolos; atornillaron bulones con llaves descomunales entre dos, entre tres, entre los cuatro; montaron andamios cuando el cohete empezó a ganar altura; tiraron de poleas tantas veces que les salieron callos en las manos; cargaron con sacos y piezas desde otros almacenes del puerto, ya estuvieran cerca o lejos, y comieron, comieron todo lo que les llevó la madre de Huan, que seguía preparándoles la merienda, y volvieron a comer en sus casas, en la cena, con apetito insaciable. Siempre estaban hambrientos y cansados.

Sin embargo, se sentían recompensados cada día. Cuando llegaban al almacén, los ancianos y los hombres del Nautilus habían avanzado mucho, y el cohete se parecía un poco más a los dibujos de Jules. Y aún más cuando ellos se iban; por la mañana, eran los ancianos los que se sorprendían de los progresos.

En el colegio, Jules tenía que soportar el acoso de sus compañeros. A la entrada por la mañana, en clase o en el recreo, se acercaban a él y le preguntaban qué invento iba a presentar al concurso. Él insistía una y otra vez: no podía decir qué era ni mostrarlo hasta el día de la presentación. Las condiciones del concurso lo decían con mucha claridad.

—El secreto es importante, entendedlo. Además, en la ciencia se hace así: nunca se hace público un invento o un descubrimiento hasta que está terminado y comprobado. Es también para evitar que los científicos se roben hallazgos los unos a los otros, como ha pasado alguna vez.

—Pero nosotros no somos científicos.

—Y tampoco ladrones.

—Y sabemos guardar secretos.

—¡Queremos que ganes tú!

Una chica le propuso un trato muy curioso:

—Si nos enseñas tu invento, el día del concurso espiamos a los otros candidatos, y, si sus inventos son mejores, se los rompemos.



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